Esta vez el grupo era algo más pequeño y, sorprendentemente, la sesión fue filosófica desde el primer momento.
Empezamos con una ronda general de bienvenida en la que conectamos con la sesión anterior, centramos nuestra atención en el aquí y ahora y, justo después de introducir el tema de las emociones, que era el que íbamos a tratar en la sesión, uno de los niños hizo una afirmación que nos dejó a todos/as boquiabiertos/as: «El miedo no existe». Se hizo el silencio y nos preguntamos si eso era así.

La pregunta era difícil y para entenderla nuestro compañero tuvo que darnos algunas explicaciones. Él pensaba que el miedo es solo un mecanismo de defensa y que, en realidad, como es una creación de nuestra mente, no tiene existencia real. Ante esa idea, algunos se preguntaban cómo no iba a existir algo que experimentaban o qué es lo que existe entonces y, aunque no conseguimos llegar a ningún acuerdo el diálogo fue muy interesante. Cuando nos cansamos lo dejamos estar y continuamos con la actividad.
Esta consistió en un juego de creación y adivinación a partir de cuadros expresionistas. Hicimos tres grupos de dos personas y repartimos a cada uno de ellos un sobre en cuyo interior podían encontrar la imagen de un cuadro que en la parte de atrás tenía una rueda de las emociones, parecida a un reloj. La consigna era que se fijaran muy bien en la imagen, eligieran una emoción, la marcaran en la rueda y escribieran una pequeña historia sobre ella. Posteriormente había que meterlas de nuevo en el sobre, para que el resto no viera la imagen que le había tocado a cada grupo y, después, con la rueda boca abajo, las colocamos en el suelo para que todos/as pudiéramos verlas desde el corro que formamos alrededor.

Entonces, cada grupo leyó su historia a los demás y, con mucha atención a las imágenes, tratamos de adivinar cuál de ellas correspondía a cada historia y qué emoción habían elegido los miembros del grupo.
En el proceso, nos dimos cuenta de algunas diferencias entre emociones y aprendimos a nombrar algunos sentimientos que antes no identificábamos. Pusimos ejemplos de cuando sentimos miedo, como cuando mentimos a nuestros padres y tememos que nos pillen y nos den una reprimenda y, después de preguntarnos qué pasaría si un hechizo hiciera que eso fuera absolutamente imposible, nos dimos cuenta de que cuando mentimos no solo nos sentimos mal porque nos vayan a pillar, sino que nos sentimos heridos con nosotros mismos. Pero también nos dimos cuenta de que el susto no es lo mismo que el miedo y de cómo la sorpresa y el susto no son exactamente lo mismo, así como de que tampoco es lo mismo aburrirse por algo que estar cansado o sentir pereza. Alguien preguntó si lo que nos aburre tiene que ver algo con lo obligatorio, como ocurre con los deberes del cole, por ejemplo, y algunas otras cosas más.
Para terminar, esta vez hicimos dos rondas. En una valoramos la participación, que había sido muy buena, y en la otra nos despedimos con una figura corporal con la que intentamos expresar cómo nos sentíamos. Algunos levantaron los brazos en señal de alegría y otros hicieron gestos de admiración con los que querían expresar fascinación, que había ido genial o que lo habían pasado muy bien.
Como facilitadora, yo me sentí agradecida, porque el diálogo fue muy estimulante y enriquecedor.





