Desde que comenzó la pandemia hemos pasado por distintas fases anímicas, a veces de manera individual y otras compartida, y, con ellas han aparecido también distintas teorías, más o menos cercanas a la realidad, que nos han ayudado a explicarnos lo que está ocurriendo y a proyectarnos hacia el futuro de un modo u otro.

A veces, estas teorías nos han servido para reforzar nuestra pasividad, como cuando pensamos que el virus es la excusa perfecta para imponer un sistema de control social como el de China, y otras para movilizar nuestro imaginario hacia soluciones casi mágicas, como cuando en el primer confinamiento pensamos que el virus pondría en evidencia la necesidad de cambios políticos sustanciales y que, además, estos serían realizados de manera inmediata.
El primer impulso es distópico, porque nos sitúa en un escenario en el que la tecnología se vuelve en nuestra contra y en el que no podemos hacer nada para cambiar la realidad que nos rodea, y el segundo tiende hacia lo utópico, porque confía en la buena voluntad de las personas que, solo por conocer la verdad, la realizarán de manera mecánica.
Los dos parten de la realidad y, a veces, las dos dan lugar a teorías plausibles, las cuales se apoyan en verdades que es necesario conocer y tener en cuenta, como por ejemplo que es preocupante que nos priven de libertad o que las asociaciones de vecinos están siendo muy solidarias. Pero lo que tienen en común es que, tomadas en abstracto, las dos nos llevan a resolver esa realidad en el plano de lo imaginario y, además, a evadir nuestra responsabilidad.
La situación que estamos viviendo es tan inestable que nos cuesta apreciar la complejidad social en la que nos inscribimos y esto hace que, bajo el miedo y la dispersión, tendamos a aceptar ideas que absolutizamos y asumimos como un destino irremediable, y esto hace que enfrentemos el problema desde el pensamiento mítico.
Este tipo de pensamiento crea soluciones imaginarias para aquello que no podemos explicar, ha existido desde que somos seres humanos, y tiene que ver con la necesidad de construir un suelo sólido que nos salve de la indeterminación. Para nosotros, que formamos parte de la cultura occidental, entronca con la religión cristiana y tiene que ver con la salvación que, en nuestro caso, lleva a cabo un mesías.

No obstante, el mismo pensamiento que, repetimos, cumple una función, puede resultar perjudicial cuando se convierte en el imperante y, sobre todo, cuando traspasa su ámbito. Para algunos filósofos, esto es lo que ocurrió cuando Hitler llego al poder, por ejemplo.
Pero esta no es la única manera de afrontar el impulso utópico. El pensamiento mítico y religioso entronca con la necesidad que tenemos de construir utopías y distopías, pero los dos tipos de pensamiento no son exactamente lo mismo y no deben confundirse. Pensar de manera utópica no tiene por qué ser lo mismo que creer en soluciones mágicas. La utopía parte del deseo en lugar de del miedo y, por eso, puede servir para fomentar los afectos de la confianza y la esperanza.
Pensar de manera utópica es soñar despiertos con un mundo mejor y este no tiene por qué asumirse como verdad absoluta, como sí ocurre en el mito, sino que puede mantenerse en su lugar, como una proyección que se sabe meta inalcanzable e ideal normativo.
Como Ernst Bloch, creemos que la función de la utopía es la de servir como imagen deseada que nos moviliza permitiéndonos asumir nuestra responsabilidad para con los demás y con el destino de nuestras existencias. Pero para que la utopía sea justa esta tiene que hacerse concreta, es decir, tomar conciencia de su relación con la realidad y no consistir solamente en deseos abstractos. La razón es que, queramos o no, caminamos siempre hacia un lugar ideal y este camino redunda en cambios que son positivos solo si tiene en cuenta a los demás y a lo demás, es decir, las condiciones de posibilidad de los mismos cambios.

¿Pero cuál es nuestro sueño actual? Para la filosofía posmoderna, tras la caída del muro de Berlín desapareció nuestra posibilidad de construir grandes relatos y, por eso, nos encontramos en un momento en el que solo es posible soñar de manera individual o en pequeñas comunidades identitarias. De este modo, como humanidad, ahora seríamos incapaces de encontrar un sentido, de soñar de manera colectiva y, sobre todo, de tomar en serio nuestros sueños.
Sin embargo, nosotras creemos que existen deseos compartidos y, además, que trabajar sobre ellos es hoy muy necesario. Desde nuestro punto de vista, es innegable que la pandemia abre la posibilidad de construir un nuevo horizonte ético y que es necesario hacernos cargo de él, asumir nuestra responsabilidad y trabajar para que este no nos sea impuesto.
Por eso, para aportar nuestro granito de arena, hemos organizado unos encuentros periódicos en los que queremos trabajar nuestros sueños, para comprender de dónde vienen, si son realmente nuestros, cómo se relacionan con la realidad y si son realmente los sueños que queremos.
De momento, vamos a hacerlo entre adultos, aunque nuestro objetivo es que pronto salgan grupos de adolescentes y hemos decidido que el primer encuentro tenga lugar el 20 de diciembre en Jitsi meet, una aplicación similar a zoom.

Para asistir no es necesario tener ningún conocimiento previo ni haber leído nada, sólo tener la capacidad de hablar y la voluntad de escuchar a los/las demás. Ser mayor de edad y tener acceso a internet. Puedes apuntarte rellenando el formulario que aparece en este enlace o escribirnos a filotopias.info@gmail si te hace falta más información.
¡Gracias por leernos y buen día!