El pasado 14 de febrero nos reunimos en torno a una pregunta que daba por sentada una realidad desagradable: consumimos personas. Pero también en torno al sentimiento de que esto no está bien y el deseo de cambiarlo.

En el capítulo primero de El Capital, Karl Marx hablaba de cómo en el sistema capitalista se produce el fenómeno del fetichismo de la mercancía. Este consiste en la aparición de las mercancías como realidades independientes de los seres humanos concretos y es el resultado de la ocultación del sistema por el cual estas son creadas y adquieren valor. En este sistema, el trabajador es considerado como un recurso más para el empresario, el cual es totalmente sustituible y, además, él mismo se considera así, puesto que el único medio que posee para mantenerse con vida es vender su fuerza de trabajo, su tiempo y sus energías. Como resultado, dice Marx que «las relaciones entre los hombres adquieren la forma de relaciones entre cosas y que las relaciones entre mercancías son las que aparecen como dotadas de los atributos humanos». Las mercancías son las que aparecen como sujetos puesto que los humanos tienen que disponer su vida en función de producirlas y de obtenerlas, de modo que se consideran a sí mismos y a los otros como medios para un fin. Hoy hace más de 150 años que estas palabras fueron escritas, pero parece que ese proceso por el cual el ser humano torna en objeto sigue en pie y, quizás, su gran evidencia nos pueda ayudar a hacerlo retroceder.
Muchos/as de quienes nos reunimos aquel domingo no conocíamos casi nada de Marx y no hicimos prácticamente ninguna referencia a él, pero sin duda nos referíamos a un fenómeno similar al que él describió y que después ha sido ampliado y modificado por pensadores como Adorno y Horkheimer o el filósofo Byung Chul Han, cuya filosofía consiste en una actualización de los presupuestos y las conclusiones catastrofistas de estos.
No obstante, como siempre, en nuestro diálogo hubo mucha variedad de opiniones y aparecieron conceptualizaciones un tanto diversas del concepto «consumir personas».

Al principio del diálogo hicimos una ronda tratado de definir a qué nos referíamos con él y algunas de las ideas que aparecieron fueron su relación con el egoísmo, el deseo de poseer premios que refuercen nuestra débil subjetividad, la relación utilitarista con los otros que es fruto del sistema económico en el que vivimos y la consideración de las personas como medios para satisfacer nuestros deseos. Como resultado de esto, comprendimos que nos referíamos a una relación interesada con los otros que hace que no seamos conscientes de su independencia como sujetos, de su autonomía, de sus propios deseos y de sus sentimientos; a una relación en la que estos aparecen como objetos de usar y tirar y que encubre nuestra propia soledad y el terror que esta nos produce.
Sin embargo, aparecieron también algunas preguntas muy interesantes y, quizás, un tanto incómodas: ¿No hacemos también esto con nosotros/as mismos/as? ¿No nos comprendemos también como un medio cuya rentabilidad hay que optimizar? ¿No nos gestionamos para sacarnos el máximo partido? Y… ¿Por qué cambiarlo? ¿Podemos hacerlo? ¿No nos produce también satisfacción?
Uno de los asistentes nos explicó cómo el fenómeno del consumo de personas está relacionado con un modo de estar en el mundo dominado por el principio de la supervivencia. En esta situación estamos dominados, según él, por el deseo de consumir y esto nos hace continuamente infelices y nos lleva a querer saciar un deseo que es infinito, porque en realidad, según propuso otro participante, ese deseo parte de la soledad y de la necesidad de compañía. Vivimos en una sociedad que nos hace creer que estamos bien solos y que somos independientes de los demás, que no debemos nada a nadie y, por eso, pasar tiempo con alguien tiene que salir rentable. Tenemos un tiempo muy escaso y vivimos en un vértigo continuo. Aunque también somos dependientes de los demás porque no aguantamos la soledad, porque la idea de pareja aparece como la manera de estar acompañados y, además, supone un chute de endorfinas ¿Pero es lo mismo elegir con quién pasar nuestro tiempo que consumir personas? ¿Todo abandono de una relación tiene que ver con el consumo egoísta?
Las preguntas quedaron en el aire y otra persona intervino para rebatir y matizar la idea de que esto tiene que ver con la supervivencia. Este fenómeno se produce en sociedades occidentales donde vivimos materialmente bien, lo que ocurre es que estamos dominados por la inmediatez. La aceleración del tiempo que produce el sistema de consumo y las nuevas tecnologías hace que no podamos desarrollar una conciencia plena de la realidad y que comprendamos nuestras vidas y nuestros cuerpos de manera fragmentaria, las nuestras y las de los demás. Nuestra subjetividad es narcisista, está dominada por el deseo de satisfacción inmediata y eso hace que cuando nos acostamos con alguien este alguien aparezca para nosotros sólo como un órgano sexual que puede satisfacer nuestro deseo. Además, las plataformas y las apps para ligar consisten en mercados de personas donde cada una muestra sólo lo positivo, una fachada que no es real y que, sobre todo, no es humana. Esto podría derivar en la sustitución de personas por máquinas, porque Siri no va a tener ningún enfrentamiento y nos va a permitir el control total…
¿Pero cómo podemos salir de esto? ¿Cómo podemos dejar de consumir personas?

Uno de los participantes nos explicó lo que es la roca de la alteridad, un concepto que proponen filósofos como Ricoeur o Lévinas y que expresa cómo el Otro es siempre algo que no podemos comprender del todo, con lo que chocamos y esa inaccesibilidad total es lo que lo convierte en un ser humano único. Por eso, para salir de ese tipo de relaciones, propuso como requisito indispensable el hacer un esfuerzo por escuchar esa otredad, es decir, por aceptar la diferencia y pararnos a sentirla de manera reflexiva. Al principio de la conversación una de nosotras hizo una referencia implícita a un valor que está más allá del económico y nos pareció que podía tener que ver con esto. Las personas, en su complejidad, parecen resistirse a la reducción a mercancías y, por eso, es importante sentir con ellas para poder verlo…
De nuevo apareció la pregunta sobre si es posible no tratarnos como objetos rentables, para uno de nuestros participantes parece haber una relación entre el yo consciente y su realidad pulsional por la que el primero debe dominar y eso incluye un cálculo de beneficios y pérdidas…
Hacia el final, una compañera afirmó que para cambiar esto hay que plantearse cambios en la estructura económica, porque para ella esta y su ideología producen una alienación enorme que nos priva de nuestra propia humanidad. Otra de nosotras mencionó la necesidad de cuidar de nuestro propio bienestar para poder asumir las relaciones con otros de una manera más sana y, finalmente, nos decidimos por cerrar.
Al final del diálogo todas estuvimos de acuerdo en la necesidad de pensar en el sistema económico y en si en él es posible ser altruistas, por lo que antes de volver a los deseos que formulamos en el primer diálogo ya teníamos la pregunta. Como sabréis, el primer día ordenamos una serie de deseos abstractos para trabajarlos y convertirlos en propósitos concretos o, al menos, para allanar el camino para que esto ocurra y, por eso, al final de cada diálogo volvemos a ellos. Estos se ordenan en esferas de la sociedad, empezamos por la espiritual y social y esta nos ha acabado llevando a la económica.
El próximo domingo 28 de marzo nos reunimos en torno a la pregunta de la compañera: ¿podemos ser altruistas en este sistema? Como siempre, será a las 17:00 y si quieres unirte sólo tienes que escribirnos.
¡Un saludo y gracias por leernos!
¡Buenísimo el resumen! Se tocaron temas muy importantes, me encantaría que hubiera durado más tiempo… Se quedaron muchos puntos sin debatir por completo.
Deseando que llegue el 28 🤗
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¡Muchas gracias, nosotras también estamos deseando que llegue el 28!
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